domingo, 23 de marzo de 2014

Once de marzo 2004

    El once de marzo de 2004, los atentados terroristas de Madrid causaron 192 muertos y 1.430 heridos. Estas cifras sólo representan las víctimas directas de los trenes cargados de viajeros que se dirigían hacia Madrid en hora punta laboral.
   Además, hay que reconocer que los daños podrían haber sido mucho más dolorosos. En efecto, estos tres trenes debían efectuar su entrada más o menos al mismo tiempo, sobre las siete y media de la mañana. El objetivo era mucho más agresivo ya que se pretendía provocar una estampida homicida seguida del hundimiento del techo de la estación de Atocha.         
   A pesar de la falta de coincidencia horaria, las consecuencias de las explosiones fueron trágicas. A estas víctimas directas de los trenes, hay que sumar la muerte de un policía en Leganés. Rodeados por la policía, los terroristas se inmolaron haciendo explotar todo su arsenal. El apartamento en el que se refugiaron quedó literalmente vaciado por la onda expansiva de los explosivos.
   Ese día, el gobierno del Partido Popular, a la sazón en funciones por las elecciones generales, ocultó la verdad a los españoles. Dijo que ETA  era la responsable. En pleno siglo XXI, en la era de Internet, inició una ridícula ofensiva mediática con la finalidad de apaciguar el posible voto de castigo de los votantes. En efecto, el 14 de marzo de 2011, se debía proceder a la elección del nuevo Congreso de los Diputados y de los senadores de elección directa.

  
 Cuando las televisiones europeas ya hablaban de los terroristas islámicos, Ángel Acebes, el Ministro del Interior hizo su primera aparición televisiva destacando la pista vasca. Por su parte, el Ministro de Asuntos Exteriores enviaba la misma posición tanto a la ONU como a sus embajadores. Sin embargo, el periódico "Le  Monde"» se pronunciaba hacia los islamistas en sintonía con el "New York Times". 
    Indignados por esta falta de transparencia, los ciudadanos se movilizaron para exigir la verdad. De manera supuestamente espontánea, se manifestaron por miles durante numerosas horas. El 14 de marzo 2004, por una ligera mayoría, la oposición ganó las elecciones generales, algo impensable, sin atentados.
    Automáticamente, la nueva mayoría del Psoe negó que su victoria fuera debida a los atentados. Nadie quería reconocer que los islamistas habían logrado su objetivo de cambiar una mayoría parlamentaria.
    Durante varios años, el Partido Popular no quiso rectificar ante la opinión pública. El periódico “El Mundo” insistía sobre la responsabilidad del mundo terrorista de ETA. Hubo que esperar al 31 de Octubre de 2007, a la sentencia de la Audiencia Nacional para que se condenaran a los autores directos, los terroristas islámicos y desmontar la farsa de la autoría vasca.
     La sentencia fue ratificada el 17 de julio de 2008 por el Tribunal Supremo que tampoco halló terroristas vascos implicados en los hechos. No se ha podido establecer ninguna conexión entre la organización terrorista internacional Al-Qaeda y “nuestra” organización independentista vasca ETA.
     Cierto es que no ha habido explicación política sobre el fracaso del CNI, nuestros servicios secretos que, o bien no supieron prever esta posibilidad, o bien no fueron escuchados por el gobierno.
    Lo más triste de esta situación es que la verdad sobre los atentados del once de marzo fue reiteradamente proclamada, el mismísimo 11 de marzo, por Arnaldo Otegi, portavoz del movimiento separatista vasca y su disuelto partido político Herri Batasuna. A partir de ese día, ETA comprendió que su momento había pasado. Ellos, los defensores de la Nación Vasca, los “gudaris”, ellos que decidían la muerte de cualquier contrario, político, agente de las fuerzas del orden, simple funcionario no nacionalista, ellos comprendieron que no tenían nada que hacer frente a los islamistas. Estos están verdaderamente dispuestos a sacrificar su vida por su causa.
   Frente a eso, ¿Qué debería hacer un vividor vasco? La única respuesta es la de intentar la vía política porque la vía “militar” está perdida. Felizmente para todos, demócratas y totalitarios.
Es una de las lecciones de la democracia. Respeta a todos los ciudadanos, incluso si algunos de estos no la respetan.

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