Nuestros vecinos
europeos tienen una sana costumbre. Dan valor a lo antiguo. Por eso, existe un
importante mercado de segunda mano en campos impensables de la actividad
comercial española. Por ejemplo, en España, la ropa de segunda mano se
considera un artículo propio de pobre. Algo que roza la mendicidad.
Tal argumentación
tiene su explicación histórica. Nuestro país salió del estrangulamiento
económico allá por 1958, bastante más tarde que los demás países que
participaron en la Segunda Guerra Mundial. Ellos, vencedores y vencidos, se acogieron al
famoso Plan Marshall que, a partir de 1945, regó Europa de dólares americanos.
Esta política fue el origen de la riqueza de la Europa del Oeste. Permitió crear
un polo de riqueza que hacía palidecer los escasos éxitos de la Europa del
Este.
Por su parte, el
régimen existente en España practicaba una autarquía económica que demostraba
la inutilidad de su política. Ni garantizaba la “grandeza” de España, ni permitía
una vida digna de sus nacionales.
Cuando prendió el
desarrollismo en España, el régimen abrió sus puertas y permitió la emigración
de millones de españoles ansiosos de una vida mejor. Fruto de esos años de
hambre y miseria, la población española adoptó los hábitos típicos del “nuevo
rico”. Nadie quería conservar nada de lo antiguo ya que se asemejaba a la
miseria vivida.
En esa filosofía
consumista, no cabían prácticas europeas centradas en dar valor a lo antiguo.
Lo viejo era sinónimo de inútil. Rompiendo
con esa tendencia, están apareciendo en España tímidas experiencias de
valorización de las propiedades no inmobiliarias. A nadie se le escapa que un
país con un PIB decreciente y más de seis millones de parados no puede
permitirse lujos. Por lo tanto, todo bien es susceptible de tener valor. Ropa,
electrodomésticos, aparatos eléctricos, todo puede ser vendido.
Existen numerosas y
solventes muestras de estos eventos en muchos países europeos tales como Francia,
Bélgica, Luxemburgo, Reino Unido. Incluso en Canadá, existen las llamadas “venta de garajes”
como resultado de la traducción de la denominación inglesa «garage sales».
En esa línea, destaca
lo que en Francia se llama “vide-grenier”.
Traduciéndolo literalmente como
“vacía-desván”, consiste en una concentración ciudadana durante la cual los
particulares exponen los objetos de los que quieren desprenderse. De esa
manera, los visitantes, posibles compradores, pueden adquirir objetos de
segunda mano.
Para armonizar el
concepto europeo con la realidad española, lo llamaremos “modelo europeo de mercadillo
de segunda mano”. En Europa, se pueden
desarrollar tanto en la vía pública como en pabellones polideportivos, salas
polivalentes o cualquier espacio público, vigilado por la autoridad local.
Incluso, para limitar el efecto llamada de los “pseudo-amateurs”, los
municipios reservan el derecho de venta a los empadronados en ese término
municipal. En la ciudad de Paris, se organizan limitando la venta para los
empadronados del distrito.
Otras restricciones
pueden ser también impuestas a los vendedores, a veces, llamados expositores.
En algunos casos, los productos alimentarios sólo pueden ser vendidos por los
organizadores. Se prohíbe expresamente la venta de animales vivos o de armas,
etc.
Sin embargo, los
bienes puestos en venta son muy diversos: ropa, libros, vajillas, juguetes,
discos, muebles, etc.
Las ventajas de este
sistema son varias. Los mercadillos de segunda mano pueden proporcionar un
ingreso financiero apreciable y constituir un trabajo “encubierto" para
aquellos particulares que participen en un número importante de eventos.
Generalmente, son organizados por asociaciones culturales o vecinales que
perciben un derecho de participación de los expositores. Para estas
asociaciones, estos ingresos no son
despreciables, sobre todo, en zona rural.
El modelo europeo de mercadillo
de segunda mano se diferencia de nuestro típico mercadillo por el sujeto
vendedor. Aquí, el vendedor de mercadillo es un profesional que ejerce una
actividad regulada fiscalmente.
En Francia, el nombre
de “vacia-desván” proviene de la ficción según la cual el vendedor expone bienes
que guardaba en su desván. Sin embargo, en la región francesa de Normandía, se
le da el nombre de feria ya que es una de las funciones que cualquier municipio
rural efectuaba en su feria tradicional.
En España, esta
actividad generaría un beneficio económico para varios actores.
El primero
beneficiado sería el propio Ayuntamiento. Se devengaría una tasa por el aprovechamiento especial del
dominio público. Tal ocupación se podría calcular bien por metros cuadrados de
ocupación bien por metros lineales de acera.
Por otra parte, disminuiría el volumen de los residuos urbanos. Al dar valorar a algo que suele acabar en la basura, se crea un mercado alternativo sufragado a través del mercado.
Como consecuencia de ello, todos los vecinos de un municipio verían disminuir el volumen de residuos con la correspondiente mengua del coste de recogida de residuos urbanos.
Además, los vecinos empadronados de un municipio o sólo en un
distrito, al autoliquidar la tasa, facilitarían sus datos para que se produjera
la previa comprobación policial. A los efectos de prevenir la receptación, la
venta de objetos robados, esta comunicación previa permitiría el seguimiento
policial. Sin embargo, podrían lucrarse con la venta de enseres y bienes que, hoy, están fuera del mercado.
Por último, se dignificarían las ventas de bienes de aquellas
personas, necesitados o no, que optasen por deshacerse de sus bienes. Vender
bienes que no se usen no es sinónimo de miseria, sino de riqueza y cultura.
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