El día empezó pronto para mí. A las siete y media de la
mañana, estaba en la sala 2 del tanatorio para despedirme de Ana. A solas, pude
contarle todo lo que había vivido con ella, nuestras ilusiones, nuestros
proyectos, nuestros logros, nuestros grandes momentos,…
Sobre las nueve, llegó mi hijo Boris. También sentía la
necesidad de estar con ella. Le dejé cuanto quiso estar a solas con ella. Cada
cual siente la pérdida de un ser querido. Cada cual la expresa a su manera. Mis
hijos no podían ser menos.
Luego, nos fuimos a comprar un centro de flores. Por las
prisas, no le habíamos comprado ninguno. Algo nuestro, de nosotros tres.
Cuando volvimos, ya habían empezado a llegar familiares,
amigos, compañeros de trabajo. Así fue hasta las cuatro y media de la tarde.
A esa hora, nos dirigimos a despedir públicamente a Ana. En
el tanatorio de Colmenar, sigue siendo una capilla presidida por una imagen de
Cristo crucificado. La sala se recolocó como entendíamos que debía estar: con
el féretro de Ana, rodeado de todas las personas que la querían.
En el aspecto religioso, quiero ser extremadamente
respetuoso. En este proceso, hemos recibido muestras de cariño de multitud de
personas. Unas ateas y otras religiosas. En mi familia, tenemos católicos y
judíos practicantes. Además, nos han ayudado directamente católicos
practicantes. Han rezado por la recuperación de Ana, cristianos ortodoxos,
protestantes, musulmanes, seguidores de
la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Que me perdone
quien yo no nombre porque no está en mi ánimo ignorar a nadie. Ya iré acudiendo
a un evento con cada religión.
Ya está en marcha una misa católica en la Basílica de la
Asunción de Nuestra Señora, en Colmenar Viejo. Por este medio y otros más
clásicos, igual de efectivo, anunciaré el día y la hora.
Tanto aquel día como hoy, quiero expresar mi homenaje a Ana.
Ha sido una gran mujer a la que he querido enormemente. Por privacidad, no voy
a repetir lo que le dije, a solas, esta
misma mañana.
Además, quiero expresar públicamente que estoy orgulloso de
mis hijos, Boris y Dmitri o Dmitri y Boris. Se han comportado como dos adultos,
serios, responsables, atentos con su madre, cariñosos con ella. No hay que
olvidar que el 20 de este mes, Dmitri cumple sólo 17 años. Boris, el 24 de este
mismo mes, cumple 16 años. Esta es una experiencia que pocos niños han vivido y
que ninguno quiere pasar. Es el mayor regalo que Ana me haya dejado. En ellos,
vive su recuerdo. Tienen muchos gestos, muchas expresiones de ella. Su carácter
y sus valores perviven con ellos.
A continuación, quiero expresar mi agradecimiento con
Esteban, el hermano de Ana. Le estoy enormemente agradecido. Hace más de
treinta años, cuando estudiábamos juntos, me presentó a su hermana. Este hecho
ha permitido que Ana y yo estuviéramos casados 28 años. Además, a pesar de unas
condiciones laborales difíciles, ha estado acompañando a su hermana cuanto ha
podido. Ha estado ahí cuando era necesario. Ha cogido vacaciones para permitir
mi regreso a la actividad laboral. Una sola palabra: Gracias.
Para la familia, no sé por dónde empezar. Con los años,
aprendes que no estás solo en la vida. La familia de tu pareja te llega al
elegirla. Tu familia viene contigo. En mi caso, me siento apenado porque no
pude disfrutar mucho de mi suegro Agustín. Disfrutaba con su conversación. De
mi suegra, Angelita, no tengo palabras de reproche. No sé porque la palabra
suegra tiene tan mala connotación. A mí, me trataba mejor que a su hija. Como gran
cocinera que era, me hacía comidas que no gustaban a su propia hija.
En cuanto a mi padrino de boda, Faustino Cano, fue una
persona culta e ilustrada cuya experiencia en
Comisiones Obreras me ha aportado
muchísimo. Su tolerancia era tan destacable como fuertes eran sus convicciones.
En el capítulo de las amistades, mucho se puede decir para
glosarlas. Yo solo lo puedo resumirlo desde la libertad. Son amistades porque
así han sido elegidas. Se han mantenido porque ha habido voluntad de perdurar.
A continuación, debo expresar mi agradecimiento a Colmenar
Viejo, a su gente y su
Ayuntamiento.
Aquí vinimos empujando por la carestía de la vivienda en Alcobendas y San
Sebastián de los Reyes. Nos propuso nuestra amiga Margarita ver su “pueblo”.
Quedamos encantados con la zona, la calidad de la construcción y la relación
calidad/precio de la vivienda. Después, descubrimos a su gente. Llamabas al
butano. Dejabas la bombona de butano a la puerta del piso con dinero debajo.
Volvías de trabajar y te encontrabas la bombona llena y las vueltas debajo. En
una ocasión, dejé hasta 1.000 pesetas!!!
Su Ayuntamiento ha sabido evolucionar. De vetusta
institución, se ha convertido en una maquinaria solvente. En los tiempos
actuales, es más que un halago. Ingresar en la función pública local fue toda
una carrera de obstáculo. Las fechas de exámenes se publicaban en el tablón de
anuncios por la tarde, convocando a examen para el día siguiente por la mañana.
¡Todo legal y “transparente”!
Al empezar, había hasta diferencias salariales entre mujeres
y hombres. Estaban disfrazadas pero existían. Ellas ganaban menos porque ellos
venían de la “brigada”. De hecho, un conserje hombre tenía derecho a un
aspirador de hojas porque no podía estar barriendo como lo hacía una mujer. Cuando
la segregación de Tres Cantos, Ana se quedó como Ana la forastera. A pesar de
eso, Ana ha
sido muy feliz. Ha hecho verdaderas amigas.
En el capítulo de salud, reconozco que ha sido una dura
lucha. En todo momento, he pretendido que Ana estuviera acompañada. Entre
todos, hemos montado un servicio de cuadrante de visita para que Ana estuviera
acompañada. Es vital que sintiera cariño en todo momento. Creo que lo hemos
logrado. Se sabía querida. En cuanto a la atención sanitaria, he tenido que
negarme a la sedación por cuatro veces. Ha sido demoledor ver cómo se propone
el fin de una persona sobre la base de estadísticas. Basándose en un cáncer
“casi” incurable o unos altos costes, he negado constantemente esa posibilidad.
No creo en la pena de muerte. Eso no es justicia. Es venganza.
En el caso de
Ana, no veía dónde estaba la bondad en decidir poner fin a su vida, basándome
en la opinión verbal de un profesional. En una ocasión, le dije al médico para
condenar a una persona a la cárcel por más de nueve años, se reúne un tribunal
por de tres magistrados, con un proceso completo. En otra, pregunté por el tipo
de costes del que me hablaban. Al margen de esto, reconozco la labor de
celadores, auxiliares de enfermería y personal de enfermería que se implicaban
para atender a Ana, a veces sin tiempo o medios
suficientes.
También debo dar las gracias al
Ayuntamiento de Alcobendas. Mi
empresa me ha permitido acompañar a mi mujer en su recta final. Sé que
es lo que debe ser. Ha hecho lo correcto pero la realidad es bastante más
miserable. Muchas empresas pueden hacerlo pero no lo hacen simplemente para
“demostrar quién manda”. Otras no se lo pueden permitir.
Por último, debo dar las gracias al núcleo duro de amigas de
Ana: Maricarmen, Loli, Teresa, Toñi,
Cristina, Araceli, Rita y Paula. (Espero no haber olvidado a nadie. Si así
fuera, decídmelo y edito este texto).
A todas las personas que han querido a Ana, mi mujer, os doy
las gracias por acudir a este homenaje público. Por supuesto, disculpo a quien,
queriendo venir, no ha podido.
A continuación, un pequeño grupo de familiares y amistades
presenció el inicio de acto de incineración. No sé cómo explicar esto ni cómo
definir lo que sentí.